No te pierdas el primer post de 'Diario de una noctámbula'

Nuestra locutora Ana Méndez compartirá contigo todos los jueves sus mejores historias trabajando de noche
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Tiempo de lectura: 2’

Capítulo 1.- ¡Qué sueño!
 

Suena el teléfono y me despierta. Lo cojo tímidamente. Leo… “papá”. Lo dejo de nuevo sobre las sábanas. Me enfado conmigo y al instante, reflexiono… “Venga, ahora le llamo”.

Son las 21:28h. Estoy molida. He dormido a ratitos, como siempre. Ruidos y más ruidos; televisión, Diego con la música, el gato que se ha colado y quiere salir, ¿el timbre?. ¡Madre mía!. Necesito una ducha para espabilarme.

Ésta soy yo, la que se levanta a la hora de la cena y comienza su jornada cuando tú te vas a dormir.

Al principio me costó mucho adaptarme. Al tener las mañanas ocupadas no puedo meterme en la cama hasta primera hora de la tarde y mis hijos venían a comer después de clase.

Nunca encontraba el momento de irme a dormir. Me sentía bien, despierta, con energía y con ganas de estar con los míos, de hacer cosas. Me resistía a dormir, no quería perderme nada de nada y eso terminó descolocándome. No dormía lo suficiente y el cansancio se apoderó de mí.

Son casi seis años en el “turno de noche”, unos 2000 días que hay que vivir uno a uno, incluidos esos en los que no trabajo que, por cierto, también son un caos. Si intento hacer vida “normal” en mi día libre, luego me cuesta el doble recuperarme y volver a mi rutina. Si me dedico a dormir, a descansar y a recuperarme, adiós a mi vida social. ¿Total?. Un conflicto que, a día de hoy, aún no he conseguido resolver.

Ahí radica uno de los mayores problemas para mí, en la conciliación. En caso de estar sola, una se organiza la vida de otra manera. Si ya nos cuesta hacerlo en condiciones normales, imagínate con este ritmo. Es muy difícil llevarlo al lado de gente con horarios normales y más, cuando son tus hijos. Ellos ayudan, se esfuerzan y menos mal que van creciendo y las cosas han cambiado para mejor, pero si eres madre trabajadora, me entiendes de sobra.

La conciliación, el problema de siempre; y por su culpa, el “sueño”, toda una obsesión. El primer compañero en el proceso de adaptación. Llegué a obsesionarme tanto que tardaba horas en dormirme, incluso se me echaba la hora encima algunas veces. ¡Vaya época!, me agobio solo de pensar en ella.

No voy a mentirte, esa falta de sueño me ha estado acompañando durante todo este tiempo volviéndose algo crónico (eso dice mi médico). Sigue conmigo, sí, pero ya no la noto. Se ha ido transformando a lo largo de los años. Han podido más mis ganas de disfrutar, de vivir, de no perderme nada, que las ganas de dormir… “Dormir es perder el tiempo”. Esa es mi filosofía desde hace unos años y a mí me compensa, créeme, aunque sea una locura. Soy consciente de que duermo mal, me faltan horas de sueño y me tengo que tomar todo con más calma ¿pero?.

Llego a la radio y todo se esfuma. ¡Parece mentira!. Es entonces cuando comienza lo bueno para mí. Desaparecen el estrés, el sueño, los problemas cotidianos, los chicos, la casa … y aparece “Mi mundo”, mi espacio, mi momentazo, y me siento más viva que nunca. Ahora es cuando aparecen todas las ventajas que me brinda la noche, esa aliada que lo cura todo, mi compañera de curro, la que me proporciona los ratitos más felices de la jornada y me hace disfrutar al 100% de mi trabajo porque sí, a mi me encanta mi trabajo; pero eso ya te lo contaré otro día.

¡Besotes de Ana Méndez. Hasta la semana que viene!

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