"El Diablo" de Chipre y el "Je me Casse" de Malta colapsan la primera semifinal de Eurovisión 2021
Tiempo de lectura: 4’
Y la música volvió a sonar 730 días después. El festival de Eurovisión alzó su telón de nuevo este martes con la celebración de la primera semifinal en su edición de 2021. Un regreso a la normalidad a través del concurso musical que durante décadas ha contagiado de alegría y excentricidad a un continente marcado por las cicatrices de la guerra, la penuria económica y ahora también las que deja la pandemia más virulenta en un siglo. Porque después de un año de silencio, tocaba volver a la fiesta. Y no es posible fiesta más popular que Eurovisión.
Todo parecía igual, pero realmente todo ha cambiado tras su cancelación en 2020. Las autoridades neerlandeses han permitido para esta edición la entrada de un 20% de aforo en el Ahoy de Róterdam, sede del certamen, con el propósito de demostrar que sí es posible celebrar grandes eventos en pandemia con todas las garantías sanitarias. Bajo el sonido del mítico Te Deum, que introduce al festival, los aplausos y los gritos del público devolvieron a Europa la esperanza de un inminente tiempo nuevo en el que el sonido de la música apague por completo al ruido generado por el implacable enemigo invisible.
Y ese fue el primer triunfo de Eurovisión 2021: devolver a los hogares de Europa el espíritu glam, excesivo y de verbena de un show forjado en la adversidad. Lo hizo, además, con un espectáculo de puro fuego y modernidad, que consolida al festival como uno de los productos de referencia en cuanto a innovación tecnológica dentro del mercado televisivo mundial. Además, el nivel musical fue también bastante superior al de otras ediciones y la semifinal celebrada este martes se ha revelado como una de las más competitivas que se recuerdan.
La griega Elena Tsagrinou, que representa a Chipre, se convirtió en una de las protagonistas de la noche al deslumbrar con una actuación pop y muy sólida de “El diablo”, un tema que recuerda al sonido más comercial de Lady Gaga y que sirvió a la helénica para invocar la atención de jurado y televoto con una exigente coreografía con gestos “diablescos”, cuatro bailarinas vestidas de rojo y un momento final en llamas que consagra a la isla mediterránea como una incipiente productora de divas eurovisivas tras las sonadas irrupciones de Eleni Foureira (2018) y Tamta (2019). Aunque el título de la canción enfadó a la Iglesia ortodoxa de la isla (el tema realmente habla sobre el desamor y las relaciones tóxicas), pocas candidaturas presentan este año un pack tan completo como el chipriota, con una apabullante actuación que le abre la puerta a pelear por el triunfo final. De momento, para Elena Tsagrinou fue fácil llevarse la victoria en el duelo que libró frente a la croata Albina y la azerí Efendi, un empacho de efectismo pop del que sólo sobrevivieron Chipre y Azerbaiyán.
La suerte no sonrió sin embargo a la rumana Roxen, que al igual que en los ensayos previos mostró una interpretación vocal muy limitada. La eslovena Ana Soklic, el macedonio Vasil, la irlandesa Lesley Roy o la australiana Montaigne también se apean de la competición. Esta última se lleva, al menos, el honor de convertirse en la primera candidata que defendió su candidatura en Eurovisión con una actuación grabada debido a su imposibilidad para viajar hasta Róterdam. Aunque, realmente, lo histórico es que este festival haya podido celebrarse en plena pandemia.